Al respaldar con el premio a quien ha abogado consistentemente por el uso de la fuerza, la decisión del Comité Nobel hace menos probable una solución pacífica y negociada al conflicto venezolano.
La semana pasada, el Comité Noruego del Nobel otorgó el Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado, una destacada dirigente opositora venezolana. Su valentía y firmeza en la lucha por la democracia venezolana merecen reconocimiento. Sin embargo, su apoyo al uso de la fuerza para lograr un cambio político hace que su elección para ser galardonada con el Premio Nobel de la Paz resultara paradójica y preocupante.
El año pasado, Machado galvanizó y electrizó a los venezolanos, acostumbrados desde hacía tiempo a considerar las elecciones amañadas de su país como insignificantes. Desafiando la persecución y el acoso del gobierno, instó a la ciudadanía a usar las urnas para desafiar el régimen autoritario de Nicolás Maduro y ayudó a organizar una vasta red de activistas políticos que recopilaron actas que demostraban que el candidato opositor, Edmundo González, había derrotado a Maduro (a la propia Machado se le había prohibido postularse a la presidencia) . Como dijo con humildad al enterarse del premio, este debe considerarse un homenaje a los millones de venezolanos que se movilizaron para exigir un cambio democrático.
Sin embargo, el Premio Nobel de la Paz no es un premio a la valentía ni a la defensa de la democracia por cualquier vía. Y las declaraciones públicas de Machado—así como sus silencios—en la semana posterior a su recepción demuestran por qué no era la persona adecuada para un galardón diseñado para promover la labor por la resolución pacífica de conflictos.
En la semana transcurrida desde que Machado recibió el Premio, Venezuela y Estados Unidos se han acercado a entrar un conflicto bélico abierto. El gobierno de Trump ha continuado hundiendo embarcaciones cerca de la costa venezolana, lo que ha causado la muerte de al menos 27 personas, a quienes ha acusado—sin pruebas—de participar en el narcotráfico. El presidente estadounidense ha declarado que está considerando ataques terrestres en territorio venezolano y ha reconocido haber autorizado operaciones encubiertas de la CIA en Venezuela—operaciones que suelen implicar la desestabilización y ataques a figuras políticas. El miércoles, dos bombarderos estadounidenses sobrevolaron la costa venezolana siguiendo un patrón que, al ser mapeado, formó una cruda obscenidad, en una clara provocación destinada a obtener una respuesta de la Fuerza Aérea venezolana que, a su vez, podría servir de pretexto para la escalada del conflicto.
Incluso después de recibir el Premio Nobel, Machado ha expresado su apoyo explícito y abierto a estas operaciones, llegando incluso a dedicar el premio al presidente Trump y al pueblo venezolano, elogiándolo por “abordar esta trágica situación en Venezuela como corresponde”, calificando los ataques como acciones de “fuerzas del orden” y afirmando que la oposición llevaba tiempo solicitando dichas acciones. Al preguntársele si apoya una invasión a Venezuela, Machado evita rechazar el uso de la fuerza, afirmando que “Venezuela ya vive una invasión” y que, en cambio, necesita una “liberación”.
El Premio Nobel de la Paz no es un premio a la valentía ni a la defensa de la democracia por cualquier vía. Su propósito es reconocer los esfuerzos orientados a la resolución pacífica de los conflictos.
Nada de esto sorprende. La Machado ha defendido durante años el uso de la fuerza militar para derrocar al gobierno de Nicolás Maduro. En 2020, solicitó a la Asamblea Nacional controlada por la oposición que autorizara la entrada de tropas extranjeras a Venezuela como parte de una operación multilateral para tomar el control del territorio y desarmar a las fuerzas gubernamentales. Incluso después de recibir el premio, declaró al periódico español El País que, para enfrentar una tiranía, se necesitaba “fuerza moral, espiritual y física” y que “poner la fuerza por delante” y una “amenaza creíble” de acción militar eran fundamentales para lograr un cambio político.
También es preocupante la negativa de Machado a condenar las violaciones de los derechos fundamentales de los venezolanos por parte de la administración Trump. A principios de este año, las autoridades estadounidenses deportaron a más de 200 ciudadanos venezolanos a una prisión salvadoreña, acusándolos con escasas pruebas de pertenecer a la red criminal Tren de Aragua, mientras que a muchos de ellos se les negó el debido proceso con el pretexto de ser combatientes enemigos en una invasión a Estados Unidos. Machado respaldó el plan de deportaciones antes de su implementación y guardó silencio incluso ante la creciente evidencia de que se estaban violando los derechos básicos de los venezolanos deportados.
El silencio de Machado respecto a las ejecuciones extrajudiciales de venezolanos en aguas internacionales resulta aún más impactante dado el creciente consenso entre grupos de derechos humanos y expertos legales sobre la ilegalidad de estas acciones. Según fuentes citadas por el New York Times, la preocupación por los asesinatos parece haber influido en la inusual decisión del jefe del Comando Sur de Estados Unidos, el almirante Alvin Hosley, de dimitir tras solo un año de su mandato de tres años.
Machado también ha apoyado desde hace tiempo las sanciones económicas contra Venezuela. Si bien ha argumentado que estas sanciones son necesarias para privar de recursos al régimen de Maduro, la evidencia demuestra que han contribuido a generar el mayor colapso económico en tiempos de paz de la historia mundial y las mayores oleadas migratorias jamás vistas en el hemisferio occidental.
El silencio de Machado ante las deportaciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales de venezolanos revela una inquietante decisión de relegar los derechos de los venezolanos a un segundo plano frente a un objetivo político.
El Premio Nobel de la Paz fue establecido en 1895 para reconocer a quienes han promovido la fraternidad entre las naciones, trabajado por la abolición o reducción de los ejércitos permanentes y fomentado la realización de congresos por la paz. A lo largo de los años, el Comité Nobel ha interpretado este mandato de forma amplia, honrando tanto a líderes mundiales que han liderado esfuerzos para poner fin a conflictos como a activistas de derechos humanos y democracia comprometidos con el cambio por medios pacíficos. El premio a la Sra. Machado rompe con ambas tradiciones al honrar a una figura conocida por su defensa y apoyo al uso de la fuerza para impulsar el cambio político.
Quizás el mayor riesgo de este premio es que, al poner la autoridad moral del premio detrás de quien sostiene una postura de línea dura hacia el cambio político, puede hacer una transición pacífica y negociada menos probable. El premio llega en un momento en que hay un debate abierto, tanto en Venezuela como en círculos de política internacional, sobre la mejor estrategia para promover el cambio democrático . El apoyo de Machado a la acción militar externa y su oposición a cualquier negociación que no resulte en la expulsión completa del chavismo del poder la colocan en un extremo de ese espectro. Otros actores han resaltado la necesidad de continuar la resistencia pacífica organizada, promover la organización electoral y participar en negociaciones centradas en reformas institucionales que hagan posible la coexistencia con el chavismo como estrategias más viables y realistas para el cambio político.
El Comité podría haber honrado al movimiento democrático de Venezuela otorgando el premio a los valientes activistas que recopilaron las actas electorales que ofrecieron prueba de la derrota de Maduro el año pasado.
El Comité Nobel podría haber decidido honrar al movimiento democrático venezolano otorgando el premio a los valientes activistas que recogieron las actas que demostraron la derrota de Maduro el año pasado. Al optar por respaldar a un líder dentro de ese movimiento —y precisamente al líder que más se opone a las negociaciones—, podrían haber hecho menos probable una solución política y más probable una guerra.
Solo en contadas ocasiones el Comité Nobel ha decidido otorgar el premio a un líder político de la oposición a un régimen autoritario. Quizás el ejemplo más cercano sea el Nobel de 1983 otorgado a Lech Walesa, quien desempeñó un papel clave para atraer la atención internacional hacia Polonia y hacer posibles los acuerdos negociados que condujeron a lo que sigue siendo la transición económica y política más exitosa hacia una democracia de mercado en Europa del Este. Al igual que Walesa, Machado se enfrenta ahora a una decisión crucial: si utilizar su prestigio para reconciliar a una nación fracturada, o contribuir a profundizar aún más sus divisiones.