La oposición venezolana debe deshacerse de la fantasía de que está presidiendo un gobierno y volver a competir por el poder donde el régimen es más débil: en el terreno del apoyo popular.
La decisión de la Asamblea Nacional electa en 2020 de nombrar una nueva junta directiva del Consejo Nacional Electoral (CNE) que incluye a dos respetadas figuras de la oposición ha desatado una oleada de especulaciones sobre los escenarios políticos que pueden abrirse. Algunos lo ven como una apertura importante y sugieren que la administración Biden debería responder con concesiones propias para comenzar a aliviar las tensiones y así despejar el camino para negociaciones significativas.
Curiosamente, muchos críticos de la decisión y defensores de una posición de línea dura comparten una lectura similar. En su opinión, no hay una manera razonable de leer estos movimientos sin pensar que hubo algún quid pro quo implícito o explícito con el régimen. El diputado de la Asamblea Nacional electa en 2015, Freddy Guevara, lo expresó de manera sucinta cuando escribió en su cuenta de Twitter: “Si el régimen “cedió” unos rectores del CNE…Qué recibió a cambio?Y de quién?”.[1]
En general, simpatizo con la idea de que cualquier estrategia que tenga como objetivo contribuir a una solución pacífica, negociada y democrática a la tragedia de Venezuela debe buscar algún nivel de entendimiento con el régimen de Maduro. Esto se debe a que, nos guste o no, Maduro y sus aliados son los que ejercen el poder. Sin embargo, también creo que pensar en las acciones recientes de Maduro como concesiones o gestos de “buena voluntad” es, en el mejor de los casos, equivocado y, en el peor, ingenuo. Una mirada cercana a estos gestos resalta que no hay mucha diferencia entre lo que Maduro está dispuesto a “conceder” en una negociación ahora y lo que estaba dispuesto a ofrecer en casi cualquier momento desde que asumió la presidencia. Lo que ha cambiado no es la voluntad de Maduro de hacer propuestas, sino la voluntad de la oposición y de Estados Unidos de aceptarlas.
La dura verdad es que la razón por la que veremos entablar nuevas negociaciones ahora no es porque Maduro se vea obligado a hacer concesiones, sino porque la oposición y Estados Unidos han fracasado en su intento de derrocarlo. Reconocer este fracaso, y reconocer asímismo la necesidad de revisar por completo la estrategia actual, es una condición necesaria para tener alguna posibilidad de enfrentar a Maduro en las urnas.
FALACIAS CONCESIONALES
La idea de que el nombramiento del nuevo CNE debe verse como una concesión significativa de Maduro es simplemente inconsistente con la experiencia histórica. La voluntad del chavismo de nombrar miembros de la oposición al CNE tiene una larga historia. Entre 2003 y 2005, el Tribunal Supremo de Justicia, dominado por Chávez, nombró una junta directiva con dos miembros (de cinco) de oposición. La práctica de nombrar a un solo miembro de oposición se remonta a 2006, cuando el gobierno obtuvo el control del 100% de los escaños de la Asamblea Nacional después de un boicot de la oposición a las elecciones parlamentarias de 2005. Incluso frente a la posibilidad de nombrar una junta totalmente progubernamental, el chavismo estaba dispuesto a permitir que al menos uno de los miembros de la junta fuera un representante de la oposición, un hecho que por sí solo debería hacernos cautelosos al interpretar estos nombramientos como concesiones. Más recientemente, el CNE designado en junio del año pasado contó con dos representantes de partidos no gubernamentales que optaron por participar en esas elecciones. El gobierno también expresó su voluntad de otorgar a la oposición dos representantes durante las fallidas negociaciones de República Dominicana de 2018.
Vale la pena entrar un poco más en detalle. En febrero de 2018, el gobierno y la oposición participaron en intensas negociaciones celebradas en República Dominicana antes de las elecciones presidenciales programadas para ese año. Desafortunadamente, estas negociaciones fracasaron, pero no antes de que se hicieran varias propuestas y contrapropuestas. Lo que es clave para nuestro argumento es que la propuesta que el gobierno estaba dispuesto a suscribir en ese momento – originalmente presentada por el expresidente y facilitador español José Luis Rodríguez Zapatero – hubiera otorgado a la oposición un rector principal adicional al que ya tenía en el CNE, terminando así en una distribución 3-2 de la directiva.[2]
Los nombramientos de junio de 2020 fueron hechos por el Tribunal Supremo para realizar las elecciones parlamentarias de ese año, que fueron boicoteadas por la principal corriente de oposición. Las designaciones incluyeron a dos rectores que representaban a los partidos de oposición que optaron por participar en las elecciones parlamentarias. Uno de los rectores, José Gutiérrez Parra, es hermano del líder de la facción disidente de Acción Democrática que tomó el control del partido y que, con 433 mil votos, terminó siendo el partido no gubernamental más votado en las elecciones del 6 de diciembre. Los designados para el otro cargo -inicialmente Rafael Simón Jiménez y luego Leonardo Morales- estaban vinculados al grupo de partidos de centro que habían entablado conversaciones con el gobierno a través de la Mesa de Diálogo Nacional en septiembre de 2019.
Lo que ha cambiado en los últimos dos años no es la voluntad de Maduro de hacer concesiones simbólicas que no amenacen su control del poder. Lo que ha cambiado es la disposición de sus contrincantes a aceptarlas.
Por supuesto, siempre se puede afirmar que estos grupos no eran una oposición “genuina”. Pero ese tipo de razonamiento es falaz y su argumento implícito es, en última instancia, irrelevante. Por definición, cualquier grupo de oposición que llegue a acuerdos negociados con el gobierno puede ser llamado colaboracionista. Siempre habrá actores que decidan quedarse fuera de la negociación porque creen que pueden fortalecer su posición negociadora negándose a llegar a un acuerdo con el régimen; visto desde su perspectiva, el resto de los actores deben ser vistos como colaboracionistas. Lo importante no es cómo unos actores se refieren a otros; lo relevante es que el gobierno de Maduro estaba dispuesto a ceder dos representantes del CNE a las partes dispuestas a aceptar el trato.
Se puede hacer un punto similar con respecto a las otras “concesiones” unilaterales presuntamente otorgadas por Maduro. La decisión de firmar un acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos (PMA) no aporta beneficios políticos tangibles a la oposición. De hecho, la visita del director del PMA, David Beasley, al país sirvió para reafirmar la imagen de Nicolás Maduro como un presidente que tiene claramente el control del país y es tratado como tal por la comunidad internacional. La visita de Beasley estuvo, en ese sentido, muy lejos del intento de febrero de 2019 de intimidar a Maduro para que cediera el control del territorio al pedir a los militares que dejaran entrar al país envíos de ayuda humanitaria por orden de Guaidó.
Este argumento no descarta la validez de la información publicada en medios internacionales sobre las complejas negociaciones entre el régimen de Maduro y el PMA que culminaron con la llegada del programa al país. Según esa información, Maduro inicialmente se negó a admitir el programa en el país por temor a ceder el control sobre la distribución de alimentos. Tal negociación probablemente tuvo lugar y parece haber terminado en un acuerdo cuyos detalles (y cómo se relacionan tales detalles con las demandas iniciales de cada una de las partes) probablemente permanecerán fuera del ojo público por un buen tiempo.
Sin embargo, esto no es diferente del tipo de negociación que típicamente tiene lugar entre muchos regímenes autoritarios y organizaciones internacionales, en las que la oposición política no juega absolutamente ningún papel. Sí, el PMA ahora está brindando asistencia en Venezuela. También lo está haciendo en Cuba, Irán, Corea del Norte, Siria y Zimbabue. Si usted espera que su entrada sea precursora de un proceso de democratización venezolana, espero que no esté muy apurado en ver resultados.
No estoy argumentando que estas decisiones no estén relacionadas con el deseo de Maduro de aliviar las tensiones y sentar las bases para una mejora de las relaciones con Estados Unidos. La decisión de otorgar arresto domiciliario a los seis ejecutivos de CITGO condenados por corrupción el mes pasado es quizás el mejor ejemplo de ello, ya que indica claramente que el gobierno está utilizando una de sus fichas para ganar puntos en su búsqueda de negociaciones con la Casa Blanca. Pero la forma en que se ejecutó la decisión, con la concesión del arresto domiciliario – una decisión reversible – en lugar de dejarlos regresar a Estados Unidos, sugiere que Maduro mantiene sus cartas pegadas al pecho. Y nuevamente, esto está lejos de ser la primera vez que Maduro ha mostrado su disposición a liberar a los estadounidenses en cautiverio como un gesto hacia Estados Unidos. Recordemos que, en mayo de 2018, liberó a Joshua Holt, un misionero mormón arrestado por cargos de almacenamiento de armas de guerra en Venezuela, luego de la mediación del senador republicano Orrin Hatch.
El objetivo de estos ejemplos no es argumentar que estos gestos de Maduro no tengan sentido. Por el contrario, es muy probable que sirvan para impulsar un nuevo proceso de negociaciones. Su punto es resaltar que estos no deben ser interpretados como una señal de debilidad por parte de Maduro. Lo que ha cambiado en los últimos dos años no es la voluntad de Maduro de hacer concesiones simbólicas que no amenacen su control del poder. Lo nuevo es que sus oponentes se dan cuenta de que no tienen más remedio que tratar con Maduro.
LOS PELIGROS DEL PENSAMIENTO POSITIVO
En sus memorias de su tiempo en la Casa Blanca, el exasesor de Seguridad Nacional John Bolton relata la discusión de la decisión de imponer sanciones petroleras a Venezuela en enero de 2019. “¿Por qué no buscamos una victoria aquí?” [3], dijo Bolton antes de una reunión del Comité de Directores inter agencial en la Sala Situacional de la Casa Blanca. La idea detrás del argumento de Bolton era que las sanciones petroleras llevarían rápidamente a la bancarrota al régimen de Maduro y obligarían a los militares a retirarle su apoyo.
Incluso los partidarios acérrimos de las sanciones tendrían que admitir que, juzgada con estos términos, las sanciones fueron un rotundo fracaso. Por supuesto, algunos todavía pueden argumentar que la oposición está en una posición de negociación más fuerte ahora de lo que hubiera estado en ausencia de sanciones, pero si hay algo que nadie con un mínimo de cordura sostendría es que produjeron una rápida victoria para cualquiera que no sea Maduro.
Incluso dejando de lado la valoración de si las sanciones han ayudado o perjudicado a la oposición, lo que está cada vez más claro es que Juan Guaidó y su gobierno interino están atravesando su peor momento político desde que dijeron asumir el poder en enero de 2019. Según la encuesta más reciente realizada por Datanálisis, realizada entre el 4 y el 17 de abril, el índice de aprobación de Juan Guaidó está ahora en 15,4%, frente al 61,2% cuando se midió por primera vez en febrero de 2019 (ver Figura 1).
Figura 1: índices de aprobación de los principales líderes políticos

Guaidó, sin embargo, no es eclipsado por otros líderes políticos de la oposición. Henrique Capriles, ampliamente visto como su principal contrincante en la oposición, así como una de las figuras clave detrás de las negociaciones del CNE de las últimas semanas, tiene solo el 11,4% de aprobación, exactamente el mismo nivel que el de Nicolás Maduro.
El líder político más popular de Venezuela no es Nicolás Maduro ni Juan Guaidó. Tampoco es la dirigente radical María Corina Machado, ni los excandidatos presidenciales Henrique Capriles o Henri Falcón. El líder político más popular de Venezuela no está vivo. El político más popular en Venezuela es el fallecido líder socialista Hugo Chávez, cuyo índice de aprobación del 62,8% eclipsa al de cualquiera de los políticos de la nación.
El líder político más popular de Venezuela no es Nicolás Maduro ni Juan Guaidó. El político más popular de Venezuela es el fallecido líder socialista Hugo Chávez.
Estos resultados sugieren que la oposición puede no ser tan competitiva electoralmente como cree que es, incluso en el caso de que se celebren elecciones libres y justas. Probablemente sea cierto que, si surge un líder capaz de unificar fuerzas anti-Maduro y generar una participación electoral razonable, Maduro perdería esas elecciones. Esto es lo que probablemente habría sucedido en una elección de Maduro-Guaidó celebrada a principios de 2019. Pero con una oposición fragmentada, y en ausencia de un liderazgo claro, es probable que los resultados electorales sean mucho más impredecibles. Parece haber un espacio significativo para un candidato pro-Chávez y anti-Maduro que podría llenar el vacío dejado por las opciones existentes.
Durante los últimos cuatro años, el liderazgo de la oposición ha sido capturado progresivamente por movimientos de inclinación de derecha que prosperan en un entorno de polarización. Su defensa de las sanciones económicas y su voluntad de pedir una acción militar internacional funcionan bien en las calles de Miami, pero no tienen mucha acogida entre la mayoría de los votantes venezolanos, muchos de los cuales todavía sienten una amplia simpatía por la agenda social de Chávez. Cuanto más convencidos se vuelven estos grupos de que Maduro solo puede ser expulsado por la fuerza o la presión económica, más se centran en hacer lobby en Washington y Bruselas y menos parece importarles lo que piensen los votantes venezolanos en la calle. Como me dijo una vez un destacado líder de la oposición que ahora se encuentra en el exilio, “estamos dispuestos a pagar el costo en popularidad de defender las sanciones si ayudan a sacar a Maduro del poder”. Apelando a un refrán popular venezolano, podríamos decir que el fracaso de esta estrategia ha dejado a la oposición venezolana sin el chivo de la legitimidad política ni el mecate del apoyo popular necesario para amarrarlo.
LA MALDICIÓN DEL PERDEDOR
En política, quienes sobrestiman su fuerza tienen más probabilidades de perder. Si estás convencido de que derrotarás a tu adversario, le exigirás que retroceda sin condiciones y te negarás a llegar a ningún tipo de acuerdo. Ésta es la razón por la que la teoría de juegos de elección racional no es muy buena para predecir golpizas. Si sé que mi enemigo me va a moler a golpes, la única acción racional es irme corriendo hacia la puerta. Si ambos decidimos pelear, uno de los dos habrá estado equivocado a posteriori. Aquellos que sistemáticamente deciden luchar tienden a ser también aquellos que son excesivamente optimistas sobre sus posibilidades de ganar y por tanto sistemáticamente tienden a perder.
Es recomendable que quienes están comenzando a ver a Venezuela tomen las afirmaciones de la oposición con un grano de sal. El historial de la oposición venezolana de sobrestimar sus posibilidades de éxito ya es nada menos que legendario. Después de todo, estamos hablando de la misma oposición que pensó que podía disolver todos los poderes públicos sin alienar a los militares cuando tomó brevemente el poder en 2002. También es la misma oposición que trató de hundir la economía a través de una huelga petrolera en 2003 y luego se sorprendió de que los votantes los rechazaran en las urnas un año después. La misma oposición que le regaló al gobierno el control de la Asamblea Nacional al boicotear las elecciones parlamentarias de 2005, bajo la creencia de que Chávez de alguna manera estaría demasiado apenado de aceptarlo.
Venezuela es el único país para el cual la persona reconocida por gran parte de la comunidad internacional como su líder democrático legítimo no fue elegida a nivel nacional ni puede ser cambiada mediante una votación.
Casi dos décadas después, muy poco ha cambiado. El liderazgo de la oposición podría haber llegado a acuerdos con el régimen de Maduro que, en retrospectiva, parecen bastante razonables. Algunos de esos acuerdos, como la propuesta de República Dominicana de 2018 para un CNE más equilibrado y una invitación a los observadores de la ONU para supervisar las elecciones presidenciales de ese año, habrían sido claramente mejores de lo que ahora se puede aspirar lograr en una negociación.
Cualquier análisis del actual enfrentamiento político de Venezuela debe partir de la admisión de lo que es una cruda, aunque incómoda, realidad: por ahora, Maduro ha ganado el enfrentamiento. Esto, por supuesto, no garantiza que finalmente prevalecerá. Pero sí nos dice que está claramente en una posición más fuerte frente a la oposición y a los Estados Unidos que hace cuatro años. Negarse a reconocer esta realidad simplemente conducirá a más diagnósticos erróneos que alimentarán continuos errores estratégicos.
La maldición del perdedor en la política proviene del hecho de que aquellos que tienen más probabilidades de perder, aquellos que sobrestiman sistemáticamente su propia fuerza, son también los que más probablemente quieran seguir luchando incluso cuando se hallen frente a la derrota. Para que un movimiento o fuerza política haya elegido una estrategia de confrontación, debe haber creído inicialmente que sus posibilidades de ganar eran altas. Sin embargo, los líderes que presionaron por la confrontación son también los que tienen más que perder si admiten la derrota. Aún si el conflicto se prolonga y se vuelve evidente que no se está ganando, ellos se resistirán a cambiar la ruta. En situaciones altamente polarizadas, los movimientos políticos terminan controlados por grupos radicales que quieren seguir luchando hasta el final, incluso frente a la abrumadora evidencia de que están perdiendo.
Uno de los problemas para ellos es que admitir la derrota después de una batalla en la que se arriesgó todo no es fácil sin renunciar al liderazgo. En sistemas políticos más maduros, los partidos fuertes aseguran que las derrotas políticas conduzcan a una sustitución de liderazgo. Sin embargo, tal mecanismo no existe en el sistema político venezolano, donde los partidos tienen una fuerte tradición de jerarquías centralizadas verticales, inspiradas en el modelo político leninista. Y aún menos existe en el gobierno interino de Guaidó, que carece de mecanismos institucionales para reemplazar su liderazgo. Venezuela tiene la distinción de ser el único país para el cual la persona reconocida por gran parte del mundo occidental como su líder democrático legítimo no fue elegida a nivel nacional ni puede ser cambiada mediante una votación.
Al final, lo que estamos viendo no es un indicio de que Maduro esté cediendo a la presión ni de que esté dispuesto a emprender reformas políticas significativas. Con el aumento de los ingresos petroleros de Venezuela y una economía que finalmente parece salir de la recesión (Figura 2), Maduro tiene pocas razones para hacer concesiones significativas en este momento. Sus ofertas recientes, en su mayoría concesiones simbólicas, no son muy diferentes de las que ha ofrecido en el pasado. No son un signo de debilidad. Por difícil que se nos haga admitirlo, debemos aceptar que son una señal de su fortaleza.
Figura 2: Producción petrolera

Lo que estamos presenciando parece ser más bien el comienzo de un proceso de cambio de liderazgo potencialmente desordenado, en el que la derrota de la estrategia del gobierno interino lo ha hecho lo suficientemente vulnerable para que otros grupos compitan por el mando de la oposición. Es difícil ver a una facción específica prevalecer firmemente en este enfrentamiento por el momento. Guaidó y otros grupos de línea dura probablemente mantendrán un apoyo considerable entre la diáspora, así como en los sectores más conservadores de la comunidad internacional. Capriles y las facciones más enfocadas hacia la política local de la oposición tradicional se enfrentarán a una batalla cuesta arriba para movilizar a los votantes en medio del desencanto generalizado y la desconfianza de las autoridades electorales designadas por el gobierno. Su relación con las fuerzas más centristas que consistentemente han abogado por las negociaciones y la participación electoral y se han opuesto a las impopulares sanciones económicas sigue siendo tensa y antagónica. Un electorado ampliamente descontento crea un amplio espacio para que surjan liderazgos alternativos que no están alineados ni con el gobierno ni con la oposición.
La oposición venezolana necesita deshacerse de la fantasía de que dirige un gobierno y regresar a pensar en sí misma como lo que nunca debió haber dejado de ser: una mayoría electoral amplia e inclusiva.
Cuanto más rápido la oposición acepte la realidad, más rápido podrá comenzar a trazar una estrategia para enfrentar nuevamente a Maduro de una forma efectiva. La comunidad internacional podría invertir mejor sus esfuerzos en promover una reunificación de las fuerzas de oposición que incluya a los grupos centristas que están mejor preparados para hablar con los votantes moderados sin quienes es imposible construir una sólida mayoría electoral. Rearmar una coalición democrática como la que existía hasta 2015 requerirá construir una comprensión compartida de los desafíos futuros, así como aceptar el fracaso de la estrategia de los últimos cuatro años de boicots electorales y ruido de sables vacíos. La oposición venezolana debe deshacerse de la fantasía de que dirige un gobierno y regresar a pensar en sí misma como lo que nunca debió haber dejado de ser: una mayoría electoral amplia e inclusiva que disputa el poder del régimen en el terreno en el que Maduro es más débil: el del apoyo popular.
NOTAS
[1] Freddy Guevara (@FreddyGuevaraC). “Quienes tenemos serias dudas con ese “nuevo” CNE, necesitamos que nos respondan algo: Si el régimen “cedió” unos rectores del CNE… Qué recibió a cambio? Y de quién? Es justo y lógico preguntarlo.” 6 de mayo de 2021, 15:15 p. M., Tuit.
[2] Concretamente, la propuesta de Zapatero implicó el nombramiento de dos nuevos rectores en sustitución de dos progubernamentales salientes. Los nuevos miembros habrían sido nombrados de mutuo acuerdo. Suponemos que una solución lógica por defecto dada esa regla sería que la oposición y el gobierno habrían recibido cada uno un miembro adicional en el directorio del CNE. Si bien el gobierno se reservaba el poder de veto sobre la persona designada por la oposición, la oposición tenía la misma autoridad sobre la persona designada por el gobierno. ¿Qué propuestas discutieron el gobierno y la oposición en República Dominicana? – Prodavinci
[3] Bolton, J. (2020). La habitación donde sucedió: una memoria de la Casa Blanca. The New York Times: Nueva York.
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